[2] La carta

Otra vez la angustia de no saber que estaba pasando ahí fuera me impedía dormir. Más explosiones, más disparos y más gritos lejanos. Y mientras tanto yo, tumbado en una cama leyendo. Sin poder hacer nada para solucionarlo. Aunque ahora que lo pienso, ya es demasiado tarde para intentar arreglar la situación mediante el diálogo. De hecho, es una tontería. De verdad que lo es.

El ruido de un nuevo paquete cayendo en la cámara-buzón -por llamarlo de alguna forma- me inquietó. Pues no era el horario habitual para recibir un envío. Corrí rápidamente hacia ello. Crucé el salón, atravesé la cocina y me planté enfrente de la puerta de la habitación. Porque era una habitación. Oscura y con un gran agujero en el techo por donde caian los paquetes hacía una especie de colchón incrustado en el suelo.
Su tamaño era algo más grande que una caja de zapatos. Y como siempre, no había remitente. Ni destinatario. Pero las personas que sabían que yo estaba en ese sitio se contaban con los dedos de una mano. Así que algo malo no podía ser.
Lo abrí casi con ansia y descubrí que era una carta. Sin remitente ni destinatario, por supuesto.
Era una imagen.
La caja se me cayó al suelo y tardé varios segundos en reaccionar ante lo que veian mis ojos.
En la foto se veian una serie de hombres y mujeres vestidos de traje en una sala, parecían importantes. La fecha era de casi un año después de que me exiliara aquí, en el búnker. Solo que en aquella foto, junto a aquellas personas, estaba yo.